Miguel de UNAMUNO, «Un intento de traducción poética al georgiano (algunos ejemplos)»
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https://doi.org/10.24197/her.21.2019.625-631Resumen
«¿Cómo, este hombre que escribe tan extrañas paradojas, este hombre a quien llaman sabio, este hombre que sabe griego, que sabe una media docena de idiomas, que ha aprendido solo el sueco y que sabe hacer incomparables pajaritas de papel, quiere también ser poeta?» – escribía Rubén Darío en La Nación de Buenos Aires sobre poesía de Miguel de Unamuno. En aquellos tiempos don Miguel era ya muy conocido por su prosa pero no por su poesía. Poesía que de pronto se había convertido en una expresión rítmica y musical de su palabra, en la revelación íntima en la que el sentido y la forma se complementaban mutuamente, abriendo camino al pensamiento social hacia las raíces existenciales. La palabra poética resultó ser más pesada, original e inconfundible, nacida en el alma del verdadero poeta. Y cómo no recordar aquí las palabras de Ortega y Gasset sobre este tema: «El papel del poeta estriba en que es capaz de crearse ese idioma íntimo, ese prodigioso argot hecho solo de nombres auténticos. Y resulta que al leerlo notamos que en gran parte la intimidad del poeta, transmitida en sus poesías –sean versos o prosa– es idéntica a la nuestra. Por eso le entendemos: porque él, por fin, da una lengua a nuestra intimidad y logramos entendernos a nosotros mismos. De aquí, el estupendo hecho de que el placer suscitado en nosotros por la poesía y la admiración que el poeta nos suscita proviene, paradójicamente, de parecernos que nos plagia. Todo lo que él nos dice lo habíamos “sentido” ya, solo que no sabíamos decírnoslo. El poeta es truchimán del Hombre consigo mismo» (Ortega y Gasset, 1989: 62-63).
Pero, ¿para qué esta pasión de expresarse mediante poesía? ¿Qué fin persigue el deseo de explicarse mediante la música? En su brillante introducción a la Antología poética de Miguel de Unamuno, José María Valverde nota: «(…) la poesía de Unamuno, después que Bécquer templó el arpa, fue la que introdujo la voz enteriza y honda que pregunta por el destino ultimo del hombre – de su persona, de su carne y de su mundo» (Valverde, 2002 : 11). Resulta que lo que buscó don Miguel fue el entendimiento profundo de la personalidad humana dentro de su propio mundo, basándolo en lo que se forma la personalidad – los sentimientos y la emoción. Para convertirlos a un formato musical es necesario poseer cierta madurez, tanto de la edad como del pensamiento. No nos sorprende, por este motivo, la estimación del propio Unamuno sobre sus versos, que «son de otoño, no de primavera» (Unamuno, 2002: 7).
El tema social es prominente en toda la obra de Unamuno. No menos importante y complicado es el apartado que se refiere a la finalidad del hombre, a su destino en nuestro mundo, a sus posibilidades. Las posibilidades que le transforman, que le hacen actuar, lo que en Unamuno equivale a la existencia. En su brillante interpretación de El Quijote don Miguel hace incapié en la importancia del entendimiento de su propio yo con sus múltiples y diversas posibilidades en un contexto dado. Pero, ¿no es suficiente expresarlo utilizando los métodos de la narración?
Creo que Unamuno, al estar muy influenciado por Bécquer, fue atraido por el fragmentarismo – de la técnica romántica de expresarse de repente y mediante las formas cortas. Pero no solo esto sino también la vocación poética desempeñó un papel importante en su decisión de expresarse a través de la poesía. La poesía para Unamuno es un enigma en la que él entra sin cerrar la puerta, dejando espacio para los lectores que le acompañan. La forma poética no es un puro adorno; es una invitación al pensamiento, al descubrimiento de lo mismo que le inquietaba antes (al escribir en prosa) pero a través de un método de expresión diferente. Para descubrir si este intento nos puede servir de ayuda en la exploración del interior profundo de la caverna del alma humana. Así lo describe don Miguel: «Solo el poeta es gran orador. Porque las palabras no son sagradas, no son puras, no son melodiosas, mientras no hayan pasado por el ritmo; palabra que no haya sido engarzada alguna vez con otras, en poesía, no es palabra de ley, de unción. Y es que así como el bieldo aventando la parva hace que el aire del cielo depure el grano, llevándose el tamo, y cae el dorado trigo que ha de hacerse pan, así el verso, aventando el lenguaje, hace que se vaya el tamo de la palabra, que no resiste al ritmo, y quede el trigo dorado de ella» (Unamuno, 1981: 87-88).
La vitalidad de los asuntos a los que se dedica la poesía de Unamuno es evidente. Es el conjunto del pensamiento elaborado en la búsqueda de yo, de verdad y de los valores básicos humanos. Heredero fiel de las ideas de Platón y Kierkegaard entre otros muchos, don Miguel abre ante nosotros la puerta del mundo que existe al borde de la realidad y la ficción. Resulta difícil abandonar y no seguir su camino, pero aun resulta más difícil atreverse a seguir su huellas y no perderse en el bosque de las ideas controversiales.
Lo que hace la tarea del lector casi imposible es el intento de entender el mundo unamuniano en las traducciones. Cada vez que leo sus poemas en castellano me ahoga el deseo de compartir mis sentimientos e interpretaciones a mis compañeros que se encuentran tan lejos del mundo lingüístico de Unamuno. De aquí nace un deseo de traducir lo intraducible, de comunicar lo incomunicable, de explicar lo inexplicable. Es esto el único motivo de intentar hacer la traducción de la palabra poética de don Miguel.
Un poco sobre los poemas elegidos. Presento aquí cuatro poemas (Unamuno, 2002) y sus traducciones en la lengua georgiana. Ellos se tratan de los dos asuntos más prominentes en toda la obra de Unamuno: la de inmortalidad y de la búsqueda del propio yo del pensador vasco.
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Citas
Unamuno, Miguel de (1981), «Poesía y oratoria», en Soledad, Madrid: Espasa-Calpe, pp. 79-88.
Unamuno, Miguel de (2002), Antología poética, Madrid: Alianza Editorial.
Valverde, José María (2002), «Introducción», en Miguel de Unamuno, Antología poética, Madrid: Alianza Editorial, pp. 7-16.
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